jueves, 10 de enero de 2013

Maldito, maldito ¼ de helado.


Si hay algo en que nos diferenciemos diametralmente con mi mujer, es en la gula.

De donde yo vengo y lo común entre quienes me crié, las cosas estaban inescrutablemente destinadas a cumplir su función de manera inmediata. Una coca abierta en la vereda para tomar entre amigos era un ritual que terminaba en minutos cuando alguno la "liquidaba" y dejando un poquito de liquido o "los submarinos" arrojaba la botella. Si en casa pediamos helado, el kilo se distribuia entre los comensales y en raras ocaciones se dejaba una porcion en el frizzer para aquel que llegaba tarde y aún más rara vez esa porcion llegaba viva al dia siguiente. Jamás existió el concepto de "gaseosa sin gas" o "lo que quedó del helado". Y todos fuimos felices.

Pero una cultura muy distinta existió en el hogar de mi mujer de la que nunca me percaté hasta que ya fue muy tarde. Ella guardaba las golosinas que yo le regalaba de novio en una cajita con la excusa de esta noche me la como y yo aceptaba el helado que me ofrecian en su casa pero que misteriosamente nadie habia pedido durante la cena. Existía un frizzer allí donde convivian tachos de helados comenzados de sabores ya olvidados y a su lado una alacena de huevos de chocolate que sobrevivian varios meses pasadas las pascuas (en mis circulos Pascua es sinónimo de Lunes de Patada al Higado)

El equilibrio sobrevivió por casi 8 años.

Todo empezó en la mudanza. Entre una de las centenares cajitas que unificaban el gran quilombo que trajo consigo mi mujer, y que merece una historia aparte, habia una de la que sacó un huevo de pascua Bon-o-Bon en perfecto estado y con su envoltura inmaculada y lo depósito sobre la heladera, marca hacia adelante, con la intención estetica de un adorno de cocina.

-Por que no lo pones en la heladera? Y lo comemos a la noche.
-No, el chocolate no me gusta cuando se pone en la heladera (?) No quiero comerlo ahora.

Golosinas de mi mujer añejandose en un estante
Y ahí fue que el huevo residió hasta el final de sus días y se le dio sepultura en un tacho de basura.
Esta actitud de mi mujer, que no pasé por alto, comenzaría a repetirse una y otra y otra vez pero con distintos protagonistas. Pero lejos de contagiarme su manía de acumular para una invernación que jamás iba a llegar, yo cada día me fui volviendo más y más desquiciado con lo que habia en casa. Una vuelta escondio un tacho con 30 bombones en forma de huevitos que compro en las pascuas del año pasado pero que no llegaron a la primavera cuando los descubri y secretamente los hice desaparecer.

Cierta vez que me quedé solo un viernes en casa, ante la paja de ponerme a cocinar, llame al delivery y comí la epica cantidad de un kilo de helado mientras miraba una peli recien bajada. Gordo de mierda? No. Rebelde al injusto sistema de distribucion reinante.
Y entonces se presentó batalla...


La indignación de mi mujer ante este comportamiento hizo cada uno se pida un 1/4 por separado. Pretendía que su porción sobreviva indefinidamente pero no tuvo éxito.
Pero un día llegó el embarazo. Ahora ella tenía un gran justificativo: el antojo. Aquella tradición me ataba de manos cuando pretendia guardar su cuartito de helado por las dudas. Cai entonces en la ansiedad que se saciaba a medias con un paquete de Saladix o algun chocolate en tabla pero con el tiempo estos tambien empezaron a ser terreno de sus potenciales antojos.

Fue entonces cuando empecé a bajarme sus cuartos de helado. Empece con la hipocrecia de pedir 2 tachitos, uno con mis gustos y otro con los suyos sabiendo que me terminaria comendo ambos. Dejé las sutilezas a un lado y cada noche que bajonié su porción me prometi traer uno nuevo al dia siguiente para que no notara la ausencia.


Un dia en el trabajo llego un mensaje de texto:


Mi mujer empezó entonces a revisar periodicamente el frizzer solo para revisar que su tachito siga ahí. A veces lo levantaba con la mano para ver si no estaba vacio y mis métodos ya requerían de una fina estrategia.


Perdi la guerra el día que llegó otro mensaje: