lunes, 22 de julio de 2013

La Odisea del mandado (o "Que las viejas usen Coto Delivery")


Carrito afrancesado de las compras de la onda Minnie
 Aquel fin de semana fue muy agitado.


Mi mujer, que venía con dolores muy agudos se había operado de la vesícula y debió quedarse una noche internada. Nos organizamos de manera tal que me quedé cuidando a mi hija ese día mientras mi suegra pasó la noche haciendole compañía. Ese nuevo mundo que desafiantemente se impuso frente a mi, no lo acepte con recelo. Sino que con mucho optimismo me dispuse a recibirlo.


El primer día no fue otra cosa que un hermoso tiempo que vivimos con mi hija. Yo no tuve muchas oportunidades de ver el buen humor con el que se despertaba, ese del que mi mujer siempre me contaba. Conocí mejor sus tiempos, a reconocer sus necesidades y a organizar el día en función a ella. Las tareas domésticas fueron pocas gracias a que mi mujer fue muy precavida y me dejó el frizzer lleno y las mudas de ropa de mi hija ya preparadas.
La operación había salido bárbaro y en menos de veinticuatro horas ya le dieron el alta para poder regresar a casa. Mi suegra se quedó con nosotros unos días para darnos una mano.

Todo empezó el día que tuve que hacer los mandados...

Yo me había arreglado bien durante las comidas calentando empanadas y milanesas. Pero mi mujer debía cuidarse un tiempo con una dieta liviana. Ella me preraró una lista algo extensa que se repartían en tres lugares donde comprar: la verdulería, la fiambrería y los chinos. Todos a una cuadra de casa. Así que agarré el changuito de compras, que es rojo con lunares blancos; que me replantea la idea de si yo realmente fui un adolecente heavy metal rebelde renegado cada vez que salgo a hacer los mandados con él; y que encima salió un huevo, y me puse andar hacia el chino.


Los hombres somos de por sí prácticos. No andamos con vueltas a la hora de elegir entre productos de almacén. No somos Lita de Lazari. Agarramos, pagamos, el vuelto y a casa. Y dentro de todas las subdivisiones de practicidades masculinas, los más extremos en esta virtud, somos los que estudiamos en un colegio industrial. Mi mente técnica se organizó bajo las tres cláusulas básicas: Tratar de no comprar lácteos en los chinos, ir con cambio a la verdulería, y poner lo más pesado abajo en el changuito. Mi recorrido sería entonces el siguiente. Chinos. Verdulería. Fiambrería.

1 - Super Chino   2 - Verdulería   3 - Fiambrería del "Chico"

La calefacción de casa me resultaba muy aficciante. Soy muy caluroso y pero estaba muy fresco para las mujeres en casa así el aire acondicionado mantenía soplando con una temperatura de 29 grados. Salir afuera, 13 grados, fue placentero. Yo vestía solo una remera y unos pantalones finitos pero como dije antes, soy muy caluroso y estába cómodo. Pero adentro del chino, estaba fresco en serio. Así que me apuré en buscar las bebidas, pan lactal, fideos, papel higienico, rollos de cocina y queso rallado y mayonesa. Las bebidas ocuparon mucho espacio pero el chango aguantó barbaro. Me dirigí a la fila para pagar integrada entonces por 3 personas pero enseguida me di cuenta que el que estaba adelante de todo no ponía los productos sobre la mesa del cajero. "Que carajos le pasa que no avanza?"

Entonces apareció ella.

Portando en su mano un sachet de salsa lista se adelantó por un costado para depositarla frente al chino que la esperaba. El dialogo entre ellos fue el siguiente:
Mujer: - Listo. Ya está.
Chino: - Esta es la que viene ya lista. La otra es cartón. Esta es pizza.
Mujer: - Como cartón?
Chino: - Cartón - trata de formar un cuadrado con los dedos.
Mujer: - Como cartón- repite con una sonrisa.
Hombre atrás suyo: - Esta es la que ya viene preparada para usar - aclara - La que te dice él es la que viene en cajita. O podés llevar la de lata.
Mujer: - No. La de lata no.
Chino: - Lata no. Cartón quiere ella.

Ambos, Chino y mujer, abandonan la caja y se dirigen a lo que supuse que era la góndola de las salsas.
«Que mina boluda. Con qué mierda come los fideos?»

Durante los dos o tres minutos de ausencia dos pobres diablos se sumaron a esperar su turno en la inmóvil columna de pagadores. Aumentó nuestro número a seis.

Para cuando volvieron tenía en una mano una caja de puré de tomate y en la otra la misma salsa en sachet que tenía antes. El diálogo continuó.

Mujer: - (...) la tengo que cocinar entonces?
Chino: - Si.
Mujer: - Pero yo estoy buscando la que ya viene lista. Como ésta. -señaló la salsa en sachet.
Chino: - Esta pizza.
Mujer: - No es para pizza.
Chino: - Esta para pizza. Acá.
Mujer: - Ah! No yo quiero para hacer salsa
Una empleada también china nos salva de otro trágico retraso trayendo en ese momento una salsa lista en sachet estilo filetto.
Mujer: - Gracias! Cuánto está?
Chino: - (le dice el precio)
Mujer: - Ah, no. Es mucho. No me alcanza. Dejá, entonces no.
«Hija de puta!»
 
Pagó y se fue con una bolsita con dos boludeces. Ya sin tiempos muertos, la fila avanzó a velocidad normalizada. Al salir de los chinos, me dirigí a la verdulería que quedaba a menos de treinta metros sobre la misma cuadra. El sol estaba pegando fuerte y el color negro de mi remera y pantalon absorvia todo el calor. Tenía que comprar choclos pelados, cebollas, zukinis, y media docena de huevos. El verdulero y su mujer, una pareja de bolivianos muy agradables, estaban atendiendo y como es un local chiquito era mejor esperar afuera.

Después de un tiempo considerable suficientemente largo como para hacerme transpirar bajo el sol se me ocurre pasar para no cagarme más de calor.
Descubrí que el horror tiene un abrigo de polar blanco, calzas negras, pelo rubio corto y metro treinta de altura. Aquella personificacion con concha de una patada en los huevos se me había anticipado y estaba intentando comprar tomates con el mismo siniestro método con el cual elegía salsa lista. La mujer del verdulero se había escapado para el fondo con mi última esperanza de no ser atendido después que ella.

Vieja: (...) y dame tomates también.
Verdulero: - De cuales? Tenes estos de 9, de 12 y estos de 16.
Vieja: Y cual es la diferencia «EL PRECIO HIJA DE PUTA»
Verdulero: - Estos están mejores y estos son de quinta; son muy ricos.
Vieja: - Dame un kilo de esos entonces.
Verdulero: - Estos están 16, sabe madre?
Vieja: - Eh! Qué caros «TENES UN CARTEL GRANDE AHÍ CON EL PRECIO, PELOTUDA!» -No, dame de estos.
Verdulero: - Un kilo, verdad? - el hombre estaba embolsando tomates pero lo interumpe.
Vieja: - No. Dame un kilo y medio pero de peritas mejor.

El pobre diablo vació la bolsa plástica y la rellenó de tomates peritas. Luego la pesó y le dijo el precio total de todo lo que había amontonado en bolsas.

Vieja: -Ay. Es mucho.
El boliviano lanzaba para arriba la bolsa de mandarinas en un gesto que poco pudimos entender.

La vieja dejó el kilo de duraznos y la cebolla de verdeo. Esta ultima volvió a su lugar pero los duraznos, que habían sido elegidos por ella, quedaron en la bolsita a la espera de un nuevo comprador. Cuando salió del negocio, el verdulero, para mi sorpresa, me sonrie y se burla -"
Viene pesada la mañana, eh?"

Escasos minutos después salí a la calle. El chango estaba casi repleto pero todavía faltaba comprar lo último de la lista. "Lo del chico" es la fiambrería que queda cruzando la calle, mas allá del super chino. Había que desandar el camino volviendo a casa pero en vez de doblar la esquina, habia que cruzar y seguir unos quince metros. En ese circuito coexisten "Los bolivianos", "los chinos", "el chico". Aunque "el chico" quedaba más cerca de casa, no paso primero por alla. Porque si tengo que entrar a los chinos con mercancía de otro comercio, la tengo que dejar afuera en una estanteria. Bien a la vista de todos. Además, en lo del chico tambien vende lácteos.

Tiré del changuito que ya le chillaban las ruedas. El sol volvió a pegarme en la remera negra. Levanté la vista y el horror de metro treinta caminaba campante en dirección a mi destino. «No puede ser» Me llevaba media cuadra de distancia y perdí valiosos segundo en mi perplejidad inmovil.
Ahí nomas comenzé a correr. «Pero si no le alcanzaba la plata!» La muy turra alcanzó a cruzar la avenida cuando el semáforo estaba en verde pero sin autos que la transiten. El carro estaba muy pesado y con cada baldosa mal acomodada de la vereda golpeaba y saltaba amenazando con desarmarse. «Pero si NO LE ALCANZABA!» Las esquinas estaban valladas. Obreros estaban haciendo las nuevas esquinas de cemento y con barrancas pero todavía estaba todo muy fresco para pasar por encima. Cruzé entonces la avenida en diagonal. Un pelado me putea desde su Clio al compás del bocinazo. Llego al otro lado. No hay nada que celebrar, la vieja esta cruzando la calle. Me lleva unos veinte metros de ventaja pero yo soy más rápido con chango y todo. La vereda esta en mejor estado de este lado y puedo correr sin tanto miedo. Entre la vieja y yo solo nos separa la calle. El semáforo está en rojo y un auto se frena sobre la linea peatonal justo cuando estoy por bajar el cordon. Las bajadas tambien están cercadas con la cinta amarilla acá, así que tiro el chango al vacío. Resiste. Rodeo al auto por delante. «Tranqui. Llego.» La vieja va muy lento y a mi paso llego antes. Ambos estamos muy cerca. 

Recorrido corriendo hasta el lugar del accidente.
Pero la vida es cruel y está llena de tormento. Subiendo el cordón demasiado cruzado, el chango pierde el equilibrio, se desestabiliza y se vuelca. Lo último que le puse, las bolsa de la verdulería se abre y los zukinis ruedan por el piso. Meto todo lo más rápido posible pero ya es muy tarde. La vieja mira un precio en la vidriera de la fiambreria y entra sin enterarse que acababa de destruir mis esperanzas.

 

Llegué a lo del chico para descubrir que mi némesis era el único cliente. Hago atravesar el traicionero chango y cierro la puerta de vidrio templado.
La susodicha intentaba comprar roquefort. Me perdí el dialogo inicial, pero no hizo falta para interpretar el resto.
Vieja de mierda: - (...) y que marca es?
Chico: - Imperial - el queso ya estaba cortado en forma de cuña con el papel metalizado cubriendo los bordes.
Vieja de mierda: - No. Ese lo probe y no me convenció. El otro no tenés?
Chico: - Cuál dice usted?
Vieja de mierda: - Uno que se vende en triagulito también.
Chico: - Asi? - le muestra un quesito Addler.
Vieja de Mierda: - No, no. Uno que me llevé una vez.
Chico: - Pero yo siempre trabajé con Imperial. No tuvimos otro.
Vieja de Mierda: -Uno que es roquefort tambien.

Aquel debate del roquefort finalizó cuando prefirió no comprarlo a pesar de que el chico ya se lo había cortado y envuelto. El segundo round fue mas odioso.

Vieja de Mierda: -Me llevo un kilo de muzzarella, sabes?
Chico: - Muy bien.
Vieja de Mierda: - Cuanto está?
Chico: 52 pesos el kilo
Vieja de Mierda: - Eh! Como aumentó. Es buena?
Chico: - Es Barraza. Traemos otra, un poco más cara, pero no me quedó.
Vieja de Mierda: -Bueno, no. Me llevo esta.

La insoportable abre una heladera que se encontraba a su lado y saca un tubo de muzarella Vacalin de 500 grs y agrega: -Me llevo 100 de mortadela tambien.

Cuando se dispone a pagar, pareció que al chico le agarró un ataque de sinceridad y el muy boludo no pudo contener el nefasto comentario: -Mire, señora que este no es de kilo, sino de medio.

Cuando la vieja hizo las cuentas de que tenía que llevar 2 tubos con un costo de 80 pesos en total volvió a quejarse terminó llevandose un kilo de la primer opción, la que había rechazado. Pagó con plata que hace tres comercios que no tenía y se marchó dejando el cilindro de queso Vacalin sobre el mostrador.

Mientras se retiraba, nos miramos con el vendedor e intercambiamos miradas de cínicos suspiros. Ambos nos burlamos y le terminé contando toda mi travesía detrás de esa mujer. Entre carcajadas realizé mi pedido. Varias tajadas después, de refilón, miro como el chico apila feta tras feta de jamón... crudo.
Yo: - Ah, pará. Crudo te dije?
Chico: - Si. Te pregunté por el de oferta y me dijiste que te dé del otro.
Yo: -Uh, bueno. Me llevo lo que cortaste pero me tengo que llevar 300 de cocido en verdad. Cuanto pesa lo que cortaste?
Chico: -250.

La maldición de la vieja no se marchó junto con ella. El jamón exedía la plata que me restaba. «No, me alcanza» El muchacho me fió pero mi vergüenza de tener que volver a llevarle los 3 pesos y monedas me superaba.

Toda la desventura me llevó hora y cuarto.

Al llegar a casa me despaché contando la historia a mi mujer y mi suegra que se preguntaron que me había pasado que había desaparecido tanto tiempo. Nos reímos todos. Nos volvimos a burlar de la vieja. Pero la mano de la vieja era larga y sus dedos todavía alcanzaban para joderme la vida desde donde quiera que estuviese.

Aquella noche me agarró fiebre. Dormí en el sillón por miedo a contagiar a mi hija y sobre todo a mi mujer que andaba floja de defensas despues de la operación. Algunos le hechan la culpa a mi insensates de ir en remera, de querer hacerme el macho y otras vulgaridades. Lo cierto es que yo se bien que fue la vieja. Haciendome esperar en las colas al aire libre y obligandome a correr para alcanzarla. Fue la maldicion de la vieja.

Desde ese día analizo mejor los mandados. Ahora los recorridos, el orden de los productos y las distancias, todo, todo se enfoca con un nuevo objetivo primario: Intentar nunca más cruzarme con la vieja.
 

martes, 2 de julio de 2013

El escádalo de los Juguetes



Los recuerdos de los chiches que tuve son todos gratos. No es que venga de una familia con plata, pero los juguetes que teníamos junto con mis hermanos eran muchos. En épocas de dibujitos tuvimos a todas las tortugas ninjas (extrañamente Donatello tenía un color de piel marrón caca y nunca supe porque), los muñecos de Mortal Kombat que venían en la revista Top Kids, en épocas del 1 a 1 se conseguían buenas imitaciones de los Caballeros del Zodíaco en los "todo por 2$" chinos con armadura y todo. Tuvimos un aro de básquet, un metegol, una ametralladora que lanzaba pelotitas, un disfraz del zorro, la espada del Augurio de Leono, pelotas, Fifa 95, Mecano, Scalectric y de todos siento nostalgia de haber crecido y dejarlos en el abandono. La primera vez que ves Toy Story te dan ganas de llorar y buscar los juguetes que usabas de chico pero ya es tarde, ya creciste. Pero como nos divertíamos...
Lo cierto es que éramos varones. Todos los juguetes de varones están buenos. Te hacen imaginar aventuras, batallas, rescates. Yo una vez metí un sargento de los Corp's (imitación argenta de los GI-Joe) en el frízer adentro de un tapper con agua y lo congelé recreando mi propia versión de la película El Demoledor. Era la imaginación al límite.
Detalle del  genial helicoptero espía que saca fotos y filma.
Y cuando estábamos en la dulce espera y sin saber si era nene o nena, confieso que caí en esa que hacen todos los padres de querer comprar a su hij@ todo lo que te gusta a vos. «Un auto a radio control papi!!! Gracias, SOS EL MEJOR PAPA DEL MUNDO» A mí no me jodan con eso de que los chicos de antes jugaban con un aro y un palito haciéndolo rodar y que eran felices con esas cosas.


Pero salió nena.


Un baño de rolitos al entusiasmo.

Al principio los juguetes son asexuados. Una luna amarilla que tiras de un cordel con forma de estrella y suena el lulababy. Un radiograbador con cara de contento que con cada botón hace un sonido diferente, un gimnasio que tiene colgados animalitos.
Pero lo fulero viene después.
En una juguetería cerca de casa me detuve a ver. Una vidriera chiquita pero llena. Que bosta.
De un lado de la puerta, estaban apiñados los juguetes de varones. Un Max Steel con ala delta, y un helicóptero a radio control que saca fotos y filma en el aire «GUAU PAPA! SOS EL MEJOR PAPA DEL MUNDO!»
Y del otro lado estaban esas lavadoras de cerebro infantiles. Barbies y similares. Alguno vio entre tantas versiones de la blonda cheta y para colmo carísima muñeca exista alguna Barbie policía? Soldado? Bombero? Albañil? No. Y eso que existen cien mil boludas distintas. Barbie fiesta en la playa, Barbie con roller, Barbie con auto convertible rosa, la casa mansión de Barbie y en todas sus versiones es Barbie Burgués que no trabaja de un carajo de nada pero tiene un novio puto que se llama Ken, que tampoco trabaja y que debe de vivir de la guita de los viejos mientras ella le chupa la guita y se va de compras. Una Mariana Nannis.
Elementos lavadores de cerebo y una Barbie compulsiva.
Por otro lado y en otro rincón, algo un poco más humilde pero totalmente cargado de intencionalidad: un set de escobita, secador y palita para jugar a empleada de limpieza. Como puede jugar una nena y desarrollarse con semejante golpe a la creatividad? A qué padre o madre se le llenan los ojos de lágrimas de la alegría cuando ve a su hijita pasar el trapo al comedor? Ese regalo para una nena es lo mismo que regalarle a un nene una boleta de plástico del ABL para jugar a hacer trámites y colas en los bancos. Señores, la única vez que agarrábamos el secador, era para sacarle el palo y jugar a que era un palo ninja. No para baldear.
Otra de las cosas que también dan vergüenza son las baterías de cacerolas y sets de cocinas. Así las nenas pueden jugar a que son Narda Lepes. Bueno, eso no está tan mal si después terminan cocinando bien, pero... Y después existe todo ese universo Disney que sacando lo inocente e infantil de los muñecos del ratón, el pato y el perro, dejan para las nenas vestidos, accesorios y disfraces de las princesitas de sus películas. Todas de la corte real, todas con castillos y coronas. Tiaras con adornos y zapatitos de cristal. Todas se hicieron reinas porque se casaron con un príncipe. Todas trepadoras como Barbie pero en época de señores feudales. De Pocahontas, que es la única que existió y que hizo algo de su vida sin treparse el escroto del amante no hay nada, porque era una india y una negra. Cada vez más enseñanza dejan los juguetes de nena.
Encuentre entre las princesas de Disney a la peronista.
También están cosas más vulgares como una tabla de planchar. Tan incentivadoras como la escoba y la pala. Claramente no tiene término medio todo este aparato juguetero que trabaja en los extremos orientando a las mujeres a ser servidumbre o vividoras sin términos medios.
Después se acaban los juguetes porque a muy temprana edad se las invade con el pensamiento de crear "chicas grandes" y tienen en venta valijas porta cosméticos, espejitos y aros de plástico. Y ellas entonces se maquillan, se colocan uñas postizas y se trenzan el pelo. Ya desde los diez años las jugueterías acompañan a las nenas descubriéndoles esa tercera opción: también pueden crecer en la carrera de gato así pueden pedirle a los papás que le regalen la operación de tetas a los quince y si Dios quiere llegar a hacer teatro después de generar algún escándalo mediático.
Por eso las nenas jamás sabrán lo que es jugar con arena de obra para simular el desierto de Sahara o llenar la pileta de agua y jugar a los piratas. Yo fui muy feliz así y me da mucha pena.
Así que en cuanto se descuide mi mujer, le voy a comprar el helicóptero espía que saca fotos y filma. Total, con un poco de suerte la hago bien varonera y aprende a jugar como Dios manda.



jueves, 7 de marzo de 2013

Empañalado

Cuando eramos novios con mi mujer, los desechos digestivos eran un tema tabú. Para la pareja uno no caga ni despide flatos. Una época hermosa llena de misterios que uno preferia desconocer. La belleza, la sensualidad y el sexappeal subsistían escondiendo las incomodidades de la depilación, todo lo que pasaba puertas adentro del baño, la mentruación y el fuerte olor a sudor.
Con la convivencia de la pareja, muchas de esas asperezas se liman por necesidad. La confianza se hace plena y los estandares de sensibilidad, elegancia y apariencia se flexibilizan desde la primera vez que entras al baño de tu casa y hay olor a mierda. Pero nada, ni cien años de convivencia te prepraran para recibir por primera vez el cago de un bebé.
"Uh, se re cago la puta madre. Y pasó hasta las sábanas" La primer caca de un bebé no es parecida a ninguna que hayas visto jamás. Ni si quiera se llama así. Una especie de petróleo crudo que no se quita ni a manguerazos y que hace temblar a Mr Músculo.
Cuando mi hija hizo su primera deposición ya tenía 4 días de nacida. Y no supimos que carajo hacer. Me di cuenta yo primero porque cuando la levanto del cochecito siento mojada la mano. No era pis. La cena se interrumpió para no retomarla nunca.


La humedad le llegó hasta la espaldita y arruinó el body rosa que estaba estrenando. Y si el body se saca por la cabeza, quien fue el perverso que diseñó los bodys sabiendo que si se manchan hay que pasarle el body enmierdado por la cara para quitarselo???
Con unos tijeretazos se lo arrancamos y fue a parar a la basura el pobre. Una vez superado el primer obstáculo comenzaba lo más desafiante.
El pañal estaba repleto y rebosante de caca. Mi mujer lo embolvió sobre si mismo pero fue demasiado para ella y se tuvo que ir de las arcadas que le producían. No se la puede culpar. Ya de chiquitas a las nenas les enseñan que si se sientan en la tabla del inodoro de otra casa o de un baño público, se contaminan de millones de microbios y se enferman y se mueren. Ni hablar de tocar mierda ajena.
Traté de apartar las piernitas hacia arriba y cuando lo logré me di cuenta que la que tenía libre para limpiar era mi mano mala. Con una técnica espantosa y desprolija procedí a rasquetear con algodón sin éxito. El resultado fue peor. La suciedad no se estaba retirando, sino que se deslizaba sobre la piel de la beba creando una película verdosa en zonas que todavía quedaban limpias.
El paquete familiar Estrella parecía no alcanzar. Mi mujer volvió pateando el tacho de basura y se llenó de algodones usados.
Luego de varios minutos y medio pomo de aceite calcareo, nuestra hija quedó en condiciones mínimas de higiene. Mi mujer la cargó en brazos, yo llené la bañadera de plástico terminamos bañandola integra y por primera vez. Descubrimos que a la nena le gusta el agua.
La secamos de a dos para que no se enfríe. Puse otro cambiador y mientras buscaba un pañal nuevo para ponerle noté que todas las marcas de pañales tienen imagenes de patitos, elefantitos, un Bugs Bunny bebé, un perrito y un montón de simbolos macabros que las marcas usan para forzar una enfermiza relación con la tragedia fecal que acabamos de vivir.
La madre insistió en mantener el anonimato de la criatura
La nena no lloró en ningún momento. Desconozco si estaba cómoda estando cagada o qué. Nos sentamos en la mesa y mi mujer me hace notar que todavía tenía manchada la mano desde que la levante del cochecito e hice el descubrimiento. Recordé que la sabanita y el cambiador estaban sucios de mierda y los fregué en la pileta del patio.
Yo había perdido el apetito pero mi mujer no había comido casi nada. Por un momento estuve a punto de preguntarle si quería que le caliente la comida en el microondas, pero me convencí que carne a la mostaza no era un buen plato como postre de la noche.