Capítulo 1: La verdad está ahí afuera.
El 22 de febrero pasaban 2 cosas muy
fuleras. La primera fue que era lunes. La segunda fue que en esa noche de lunes
estaba yendo al hospital a que me hagan un par de placas y así mi mujer me dejaba
de joder.
Sucedió que el día anterior me fulminó un trote de 3 cuadras. Ok. No soy ningún atleta, pero por esos días nos estábamos poniendo en forma con los videos de youtube de una gallega con complejo de hámster y que se la pasa diciendo arengas como “nadie dijo que sería fácil”, “¡dale caña!” y “¡yo puedo con todo todo todo todoooo todo!” (SPOILER: No se puede con todo, master of the life). Por lo que no era muy lógico que no pueda correr tres cuadras. Cansada de mis quejas constantes, muy atinada y con sumo tacto, mi mujer me propuso
—¿Por qué no vas a que te hagan una
radiografía y te dejás de romper los huevos?
A las 10 de la noche cruzaba las
puertas vidriadas del hospital. Pasaron unos cuantos lustros de aquel día pero
si hacen memoria van a recordar que la gente estaba en el pico máximo de la
paranoia del año 2021. La sala de espera merece una entrada aparte, pero voy a
tratar de resumirla lo más brevemente posible.
Me tomaron el turno a las 10 pero me
hicieron pasar a las 2am del siguiente día. Durante ese momento se vieron
algunos eventos medio tensos con otros pacientes que, con covid, decían,
estaban esperando desde muy temprano. Eso me llevó a esperar mi turno fuera de
la sala y fuera del hospital. Prácticamente en la vereda. Ahí conocí a “Juan
Carlos”, vamos a ponerle. Por que nunca supe el nombre de este ser tan
extraordinario y se merece por lo menos un bautismo para esta historia. Juan
Carlos era el guardia de la entrada pero no tenía pinta de guardia. Más bien de
alguien random hecho pija por las horas de trasnochado. Durante una discusión
entre un paciente y la señorita del mostrador, las miradas de Juan Carlos y la mía
se cruzaron y, al día de hoy, no sé por qué se me ocurrió hablarle. Menos mal
que lo hice. Yo le dije algo como “qué loca que está la gente” o algún
comentario de ese estilo que decís solo cuando te molesta el silencio incómodo
entre dos personas. No me acuerdo.
—Esto no es nada. Esta tarde estaba
lleno de personas, todas con covid. Era un infierno
Ahí le respondí con otro de mis
comentarios genéricos y vacíos.
—Es que la gente está cada vez más
sacada; porque se están dando cuenta de todo…
El tipo se acercó un poco, siempre
manteniendo la distancia, y susurra:
—Todo esto está mandando a hacer —apunta
con el dedo índice para arriba, expresión para acusar a un poder superior.
Ahí estaba yo, esperando horas por
un estudio, pero que por una extraordinaria coincidencia había entablado una
desinteresada co
nversación con el empleado de seguridad de un sanatorio con
pinta de saber muchísimas cosas sobre el mundo oculto de la medicina, los laboratorios
y el covid, y que podía contestar, si jugaba bien mis cartas de tipo charlatán,
algunas de las incógnitas que alimentaron tantas teorías conspirativas en esta
la pandemia. Le hice pie para que siga hablando. Le solté algo parecido a “Se
dice que lo mandaron a hacer (el virus)”.
—Por supuesto, si está todo
orquestado —vuelve a hacer la seña apuntando al cielo.
Como la insinuación de Juan Carlos
era tan ambigua como infinita de sujetos a los que uno podía referirse, lo
apuré con un:
—Claros, los gobiernos…
Juan Carlos sonríe pero no porque le
dio gracia sino como quien siente lástima de la persona ignorante con la que
tiene que interlocutar. Dice un “No”, lo acompaña con su dedo índice, esta vez
haciendo el gestito de negación y solo recién entonces vuelve a hablar.
—…seres interdimensionales.
Mulder y Scully, leyendo esta entrada antes de ir a buscar a Juan Carlos. |
Hasta acá llegó la cruzada por la
verdad.
Pero todavía no me llamaban para
hacerme pasar al consultorio y Juan Carlos empezó a mostrar un brillo en los
ojos que prometía más diálogos interesantes. Mas tarde me daría cuenta que
mismo brillo en los ojos tienen también los psicópatas cuando divisan a su
próxima víctima. Pero no me avivé en ese momento.
—Nos vigilan desde hace milenios.
Porque somos su experimento. Esconden sus bases en el océano y tienen
influencia en todos los líderes mundiales.
Yo seguí dando pie a este
intercambio hermoso que estaba tiendo lugar en la puerta del hospital.
—Fabio Zerpa decía eso —dije.
Juan Carlos se volvió a sonreír. Me
trató de pelotudo varias veces con esa sonrisa.
—Zerpa era un reptiliano, pero
estaba peleado con los suyos; habló demasiado y por eso lo mandaron a matar los
Illuminati.
Juan Carlos fue capaz de articular a
Fabio Zerpa, reptilianos y los Illuminati en una sola oración. Oración que parecía
sacada de un sueño húmedo del agente Mulder. No contento con esta tremenda
revelación, prosiguió.
—El que era Illuminati, que yo lo conocí
y —agregó Juan Carlos— que murió hace poco y tocaba muy bien, era el tipo este…
Gustavo Cerati.
Qué otras incógnitas verdades
escondía Juan Carlos, guardia nocturno de seguridad de un hospital de Ramos
Mejía, nunca la sabré. Porque justo en ese momento, minutos antes de las 2 de
la madrugada, la inoportuna muchacha detrás del escritorio anuncia mi apellido.
Juan Carlos me dice que no haga caso, que están llamado a otro paciente, para
que sigamos hablando pero me tengo que disculpar y lo dejo ahí (¿Sabía mi
apellido? ¿Acaso quiso convencerme de que no caiga en las garras de los
reptilianos que manejaban tras bambalinas este hospital? Misterios sin
resolver).
Tu secreto esta a salvo conmigo, Gustavo. |
Entro al consultorio del médico con
la cara más rota del mundo. Un muchacho, bastante más joven que yo, seguramente
exprimido hasta el límite, atendiendo quién sabe cuántos pacientes en su turno.
Escucha mi caso y me manda unas placas (¿¿¿está contenta, señora esposa???).
Otro largo rato esperando que me llamen de rayos. Pero Juan Carlos no estaba a
la vista. Lo habrán llamado para que volviera a su planeta.
Cuando regreso a mi médico de la
cara rota, ve mi radiografía y no dice nada. No sé ustedes, pero en mi opinión,
cuando un médico no habla no es que está pensando y analizando lo que ve, sino
en “¿y ahora cómo mierda le explico que se va a morir la semana que viene?”.
Encima la radiografía es re botona; porque vieron ustedes que se puede ver
desde los dos lados. La mía mostraba tremenda masa de algo blanco entre los
pulmones. Que, a menos que un bollo de pizza se hubiera caído en la máquina
mientras me hacían la toma, significaba que había algo ahí que no tenía que
estar. Le pregunto si está todo bien. El tipo, con una prudencia médica que con el correr de los días me comenzó a hinchar un poco los huevos, me dice que
puede ser algo que era así desde siempre, como una formación natural que vino
de fábrica. Pero no me manda a casa sino a hacerme una tomografía. Ya mismo.
Ya para algún momento del martes por
la madrugada me llaman, me hacen la tomografía. Vuelvo con el doc pero ya no
está. Se habrá desvanecido de cansancio y lo tiraron a la calle de una patada.
Lo reemplaza una chica, mucho más joven todavía que su colega de la cara rota,
y dice, sin arriesgarse, que mejor hacer otra tomografía por la mañana pero
esta vez con contraste. La apuro un poco, porque ya saltaban a la vista mis
miedos:
—Y… puede ser que sea cáncer pero se
va a saber bien con este otro estudio.
Recuerdo que me volví manejando a casa. Con el bocho lleno de ruido. Pensando en qué tenía hacer ahora, cuántos días me quedaban, cómo se lo decía a mi familia, puteando a los reptilianos y preguntándome dónde se habría ido Juan Carlos.
https://www.primerplanoonline.com.ar/video-ovni-en-moron/ |
Capitulo 2. La previa.
Al siguiente día, no. A las pocas
horas, esa misma mañana, regresé al hospital. Esta vez acompañado de mi mujer.
Me acababan de hacer una tomografía hacía apenas un rato pero ahora se tenía
que repetir con algo más, con contraste.
El contraste es un líquido que te
ponen en las venas para que lo que sea que tengas se revele mejor en la imagen.
Bien pudiera ser la tinta de un resaltador amarillo flúor. Quien sabe. El
estudio empieza igual que antes. Me acuestan en la camilla frente a un anillo
gigante y la camilla, con vos arriba, pasa varias veces por el aro en una clara
referencia al sexo. En eso, el operador exclama:
—¡Ahí va el contraste!
Tuve el súbito impulso de darme
vuelta, pensando que el tipo estaba por lanzarme algo para que lo ataje. Pero
no, significaba que el liquido este iba a comenzar a pasar por el cuerpo. Ya
que, a diferencia de lo que pensaba, todavía no estaba circulándome en las
venas.
De pronto siento un calor en la
garganta. Bastante fuerte. Que viaja a las manos y casi al instante me llega a
la barriga. Pero sigue bajando y a medida que baja se vuelve más intenso. Y llega
al peor lugar que puede llegar. A los huevos. Y al hoyo del culo. Y ahí se
queda. No se va. Se expande lentamente por la ingle y las nalgas. Un calor
fuerte y bastante desagradable. Comencé a transpirar. Pero mal. No porque me
doliera algo o me causara algún tipo de sufrimiento. Ojalá hubiera sido así.
“¡La puta madre!”, me dije para mis
adentros. “Me cagué en la camilla del tomógrafo…”
—¿Dio bien la tomografía?
—La tenés que ver con tu médico.
Hacéte ortear, forro.
A final del día, tenía un tocho de
estudios con resultados de malo para peor y nada más, sin saber la puerta de
quién hay que tocar.
Tras algunos días más oscuros que la
batalla final contra los caminantes blancos de Juego de Tronos, me pude
asesorar con gente bien piola: algunos familiares y amigos, del palo de la
medicina, pues claro, y me encaminaron bien con qué especialistas tenía que
atenderme de ahora en más. Fue un período de transición en el que se aclararon
muchas ideas en mi cabeza y me predispuse a hacer todo lo que tenía que hacer
de mi parte.
El siguiente paso fue una biopsia.
Yo no era muy habitué de los médicos y además era bastante ignorante en cuanto
a la terminología hospitalaria. La palabra biopsia me traía a la mente lo que
hacen esos médicos de la policía que abren los cuerpos de los asesinados para
saber cómo es que los amasijaron. Eso es una autopsia. Pero las palabras son
muy parecidas. Y el estudio medio que también.
Me abrieron el pecho, y me sacaron
una muestra de lo que tenía. Todo esto para ponerle nombre a mi cáncer: linfoma
de mediastino. Antes de todo esto, yo pensaba que detrás de las costillas
estaban guardados los pulmones, el corazón y alguna cosa que otra más y que
todas estas cosas estaban así nomás, como colgadas en el vacío. Pero no, resulta
que están como alojadas en una especie de saco que se llama mediastino (si hay
algún profesional informado del tema leyendo esto, por favor, no se cague de
risa). El linfoma me apareció ahí. Y me dolía al respirar porque el linfoma
tenía el tamaño de un pomelo y se había ganado el espacio dándole codazos a los
pulmones.
Para la biopsia uno tiene que
recurrir al quirófano. Es una cirugía bastante sencilla pero todo resultaba muy
novedoso y me ponía ansioso. Me hicieron pasar a un vestuario, me alcanzaron el
batín, unas medias del mismo material que el batín y la cofia (siendo pelado,
este accesorio era al pedo y querían verme haciendo el ridículo, pos claro).
—Desvestite y sacáte todo.
—Todo todo?
—Todo
Yo no sé quien de ustedes alguna vez
se puso ese batín de quirófano. Primero que nada, ya ponerte en bolas genera
una vulnerabilidad para la que nada te prepara. Pero para ponerme el batín,
sufrí la inseguridad máxima. El batín no es una bata, por lo que no se
cierra por completo por más que te lo anudes. En mi primer intento me coloqué
el batín con la abertura hacia adelante, lo que me cubría todo el cuerpo salvo
por la discreta ranura frontal por donde se me asomaba completamente el amigo.
La imagen era como a versión opuesta a la hojita de Adán, me cubría todo el
cuerpo salvo el pingo.
Entendí, por cuenta propia, que me
estaba poniendo el batín al revés. Me lo saqué y ahora sí dejé la abertura para
atrás. La posición correcta no es mucho menos pudorosa, te deja expuesto al
culo de la forma más llamativa posible. Yo creo que, si el paciente se paseara
completamente en bolas, los demás no le buscarían ver el culo tanto como si
usara este batín.
Que te costaba 15 cm más de tela, la concha de tu madre... |
Más vergonzoso de que te vean el
culo en batín es que tengan que apuntarle las nalgas a la persona que sostiene
las manijas de la silla de ruedas. Pero no me importó nada en ese momento más
que la intriga de saber la cantidad de personas que habrían apoyado el culo,
sin intermediarios ni filtro de tela, en la misma silla en que me estaba
sentando yo. La repugnancia me acompañó todo el viaje y se me fue recién con la
anestesia.
Yo pensé que en un quirófano no tenía
que haber muchas personas, por medidas de higiene y asepsia, pero acá de a poco
se llenó de gente. Unos diez aparecieron seguro. Me enchufaron la anestesia y
me caí en un agujero negro.
Cuando volví al mundo de los vivos,
estaba otra vez en mi gabinete. Un montón de personas me habrán arrastrado o
levantado desde la espalda y del culo desnudo de regreso para acá. Pero otra
escena me llamo a atención. Le dan el alta a un paciente. Con la cabeza vendada
al estilo de una momia. Luego le da el alta a una señora. Con el torso con
compresas empapadas de sangre. Lo único en común que compartían es que ambos tenían
calzón/bombacha.
Evidentemente a mí me quisieron ver
el culo.
Hasta acá la primer parte de esta historia tan extrema y dramática.
¡Quedáte atento a la proxima entrada para enterarte si me morí o no!
Como muchos de ustedes decidieron en la encuesta de instagram que toda esta crónica se publicara en dos partes, aquí les va la primera parte pero pronto se viene la segunda. Tranqui, que ya esta escrita. Voy a publicarla antes de esta Navidad, promesa de meñique.
Y si no te gusta que la haya partido, ¡hubieras votado! Para la próxima, ya que estás, podés seguime en Instagram (acá link), al Twitter si tenés Twitter (acá otro link) y a la página de Facebook (otro link más). Sí, si. Son todas las redes de mi perfíl de escritor. Así me compran el libro y puedo hacer el regalo de mi hijas este 24. Yo siempre aviso por las redes cuando publico nueva entrada acá pero es una muy buena idea la de que suscribas al blog asi te enteras antes que nadie y quedás muy bien con tus amigos.
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