Capitulo 3: Exilio intermitente.
El tratamiento es muy fácil de
explicar. Solo quimioterapia. Sin cirugía. Pero en tandas. Cinco días de
internado, enchufado a la falopa, y quince en casa recuperando. Toda esa ronda
se repita un total de seis veces. Listo. Pero previo al comienzo, me debían
otro estudio más. Uno que se llama PET. Y es algo así a lo que quiere ser una
tomografía cuando sea grande. Porque el método es parecido pero con algunos
pasos más. Antes que nada tenés que ir con algunas horas de ayuno. Y cuando te
presentas en el mostrador te dan otra vez ese block de hojas para que firmes y
también una jarra loca de un liquido con toda la apariencia a meo, horrible
como Gatorade de manzana tibio, con seis kilos de azúcar, y te lo tenés que
tomar en media hora. “¡Que comience el juego!” diría Jigsaw.
Mientras espero a que me reciban veo
a un grupo de mujeres que empujan un chango de elementos de limpieza. Al toque
se oye un barullo y un par de enfermeros salen corriendo por los pasillos al
grito de
—El viejito se cagó.
Estas escenas son bastante
frecuentes en un hospital, así que no me extrañó mucho que pase algo así. Pero
acuérdense de esto.
De inmediato te envían a un bunker.
Sip. Un bunker. Medio raro todo. No me imaginaba para qué carajos era esa
puerta enorme y gruesa. En eso se acerca la enfermera y me pincha la mano para
ponerme una vía. Por donde van a meterme un revelador. Otro más. A esta altura
yo ya era una bengala con piernas.
—Perdoná el retraso, estábamos
esperando a que se desocupe un cuartito.
De pronto me doy cuenta que hay un
olor re fuerte a desinfectante… y que en el suelo todavía no se seca el rastro
de un trapo húmedo. Así que me vine a parar al cuartito que el viejo usó de
baño químico.
La vía del brazo termina enchufada por
el otro extremo a un bidón metálico blindado. La enfermera me recuerda que me
tengo que tomar todo ese liquido feo y me muestra un intercomunicador en la
pared por si necesito algo. Y que, ante cualquier cosa, haga señas a una camarita en
el techo. Para no quedarme con la duda, le preguntó por qué el cuartito tenía
pinta de bunker, por qué el tachito metálico y, ya que estaba, para qué ese
delantal re grueso y pesado con el que se había aparecido.
—Es que el revelador es radioactivo
y hay que llevar protección.
Y se fue nomas.
Me quedé tomando el Gatorade tibio,
en un sillón bastante cómodo, mientras me mandaban ese coso radioactivo. Se me
ocurrió en un momento acercarme al intercomunicador y preguntarle “¿Y qué tengo
yo? ¿Venas de plomo, la puta que te parió?”. Pero la verdad que lo pensé un poco y
medio que no tenía sentido preocuparse. ¿Qué me iba a hacer el radiactivo este?
¿Darme cáncer?
Algunas semanas más tarde, con todos
los resultados de los estudios, varias extracciones de sangre y tras varias citas
con la doctora que atendió mi caso comienza lo hardcore.
Ingreso al hospital por la parte de
internaciones. No me tocaban compañeritos de cuarto así que la tele era para mi
solito. Mi primera semana en el hospital se convirtió en una montaña rusa de
sensaciones muy propias de nene en un parque de diversiones.
Salvo, quizás, por el caño que me
mandaron en el cuello y me dejaron cocido para que no se me vaya por 5 días. Recuerdo
bien que mientras me mandaban el caño por la yugular hasta casi el corazón, yo
estaba con las manos atenazando el colchón de la camilla, el culo apretado por
la impresión y veía de refilón las manos del enfermero manchadas de sangre cuando
entonces entra un muchacho, ahí, re pancho por su casa, con el carrito de la
comida y me pregunta si voy a comer;
—Hay pescado con mil hojas de papas.
Yo creo que esa escena de mi vida,
al menos ese pedacito, me lo guionó Tarantino.
De tanto en tanto me inyectaban algo
que me daba sueño y palmaba un buen rato en horarios re chotos. Y los
corticoides en pastillas eran tan pero tan amargos que cuando me los tomaba hasta se le
arrugaba el orto al paciente de la habitación de al lado.
Cuando lo pienso un poco, más que
nene en parque de diversiones era nene en la casita del terror del Italpark.
Pero, ojo acá, en la tele alguien
había dejado iniciado Netflix. Golazo de media cancha. La mala era que por
cuestiones de covid había un extractor andando tan fuerte que no escuchabas ni
lo que pensabas, menos la tele. Gol anulado. Pero tenía wifi. Y auriculares.
Victoria por puntos. Y al final, con cincuenta canales a disposición, terminé viendo Animal Planet 24/7. Es increíble que una experiencia personal te hace empatizar con un grupo de hienas despedazando un Bambi.
Tras algunas horas de experimentar
lo que sería mi nueva vida en esta sala, me agarré lo que voy a definir como
“síndrome de celular cargando batería”. ¿Vieron lo incómodo que es tener que
usar el celu mientras lo tenés enchufado a la pared? Bueno. Eso mismo: me
tocaba ser el celular. Mi radio de acción era de tres metros, enchufado al que
sería, con el correr del tiempo, mi buen amigo Changuito.
Changuito, Chango a veces, La Concha
De Tu Hermana otras veces, era la máquina automática que me suministraba la
falopa. Hacía ruidos sin ritmo ni constancia, sonaba una alarma cuando algo
andaba mal y llamaba a la enfermera cuando se vaciaba. Muy piola Changuito. El
tema es que, como toda convivencia, más de una vez estuvimos a punto de
cagarnos a palos. Yo alguna que otra vez lo patee y él me quiso ahorcar con las
vías alguna que otra noche mientras dormía. Diría que la nuestra fue una
amistad tóxica. (Estoy a full).
El tema es que Changuito me mandaba
varias cosas que me arreglaban por un lado pero me cagaban por el otro. Y hago
mal en decir que me cagaba por el otro porque en realidad yo no cagaba por
ningún lado. Había algo entre tanta cosa que me mandaban que me secaba como
escupida de momia. Así que ese placer de evacuar y saberse uno renovado por
dentro se me fue restringido. Una vuelta, de hecho, cuando todavía me negaba a
que estuviera sequito de vientre, me pasé más de 40 minutos sentado sin hacer nada de
nada. La enfermera venía cada tanto a la habitación para ver si seguía vivo,
pero en una ocasión entró lo más campante al baño, para avisarme que me dejaba unas pastillas en la mesita. Ahí entendí, desnudo y sentado en el inodoro, que las
viejas costumbres no se atañen a las enfermeras. Hubiera pagado cien mil pesos
por un tope de puerta, pero tuve que contentarme con dejar la pata apretando la
puerta desde aquel día mientras pugnaba por liberar lastre por popa.
Más tarde aprendería a aprovechar los
tiempos y a garcar ni bien entre a cada internación. Casi casi como un rito de
iniciación: saludaba a todos, me dejaba ensartar el cogote y antes de que la
falopa empiece a rendir cuentas, pasar por el baño y dejar la vida y el alma en
el reluciente inodoro recién desinfectado.
Casi todas las internaciones las
pasé acompañado la mayor parte del tiempo. Eran días de covid y solo permitían
un acompañante, sin visitas. Pero varias horas al día tenía la oportunidad de
poder charlar con alguien. Salvo en la cuarta internación. Aquella vez fue en
otra sala, en otro piso. En el piso de Trasplante los protocolos eran por
mucho más exigentes y ahí no podía pasar nadie. Ni acompañante. Quienes querían
verme, me podían llamar por el tuno en la pared y verme por la ventana. “¿A quién
maté que me pusieron acá?”. Recuerdo que durante esa semana miré mucho "Guerra de Containers", ese programa que unos yankees abren containers incautados en el puerto y se fijan que hay dentro. Supongo que en esta internación tan de claustro estaba empatizando no con las presas de una manada de hienas sino con las cajas llenas de polvo encerradas en un container olvidado.
Temaiken |
Por culpa de todos los cables y las
vías, no podía cerrar la puerta del baño, así que me ubiqué en el trono, de frente
a la puerta, abierta de par en par por necesidad. El paisaje desde mi
perspectiva era la de mi pieza y más allá la ventana abierta de la habitación,
viendo a todos los transeúntes pasar por el pasillo. Básicamente si alguien se
volteaba a un costado, de distraído nomás, iba a ver a un pobre tipo, tratando
de cagar con la puerta abierta. No desnudo. Peor; en batín.
Recé a Dios y todos los santos para que no aparezca ninguna enfermera en la habitación y traté de moverme lo menos posible para que desde el otro lado de la ventana no le llamara la atención a nadie. ¿Tuve éxito? Digamos que fifty fifty. Porque sí se apareció una enfermera pero en este piso, por cuestiones sanitarias, cada vez que entraba una, se tenía que lavar las manos en una bacha y eso me dio tiempo para cerrarme el ridículo batín antes de volver a pasar más vergüenza. Sin embargo hay que aclarar algo: esta habitación, además de tener mas restricción de visitas, contaba con una bacha para higienizarse y unos cuantos armarios. Cada vez que alguien entraba, se tenía que lavar bien las manos. ¡A la hora que sea! El chorro de agua chocando contra la chapa de inoxidable a las 3 de la mañana es peor que la alarma para ir a laburar.
Como se dijo, eran 5 días adentro y
15 afuera. Los días que cumplía prisión domiciliaria pasaron sin muchas
novedades. Para señalar por señalar nomás, puedo mencionar que los efectos de
la quimio te trastornan los sabores, porque uno medio que elimina todo eso por
las glándulas salivales o las papilas gustativas o algo así y todo tiene gusto
a mierda y a cartón. Eso, ay, fue terrible. Podías estar comiendo asado pero te
daba la impresión que masticabas el tapizado de la silla. Y aunque podía comer
muchas cosas, no tenía permitido verduras ni frutas crudas, o fiambres. ¡Mi
reino por una picada! Bueno, está bien, una manzana, por lo menos... De todos
modos no tenía mucho sentido, porque se me hacía agua la boca por un sanbuchito
de crudo y queso pero si lo comía seguro que le encontraba un sabor horrible.
Salvo por eso, no hubo gran cosa. Algunos dolores hacia el final del
tratamiento, pero nada grave. ¡AH! ¡Cómo olvidar los heladitos de agua de
Grido! Era lo único a lo que le encontraba sabor. Habrá quien diga que son puro agua
con químicos y conservantes. Y tendrá razón. Pero a esas alturas ya me mandaban
toda la tabla periódica por las venas así que los helados de Grido eran tan
naturales para mí como jugo recién exprimido de las naranjas de mi huerto.
No. No tengo naranjas en mi huerto.
Y no tengo huerto.
Pero la libertad inconsciente de
manejarse a diario por mi casa, de subir y bajar escaleras sin cables ni vías,
era impagable. Por lo menos al principio. Porque después me convertí en el
señor Burns y la escalera de mi casa era el Everest.
Es que, a veces, mi aislamiento
dentro del aislamiento de todo el mundo era un poco carcelario. Pienso en esto, ya a lo
lejos, y en la similitud de algunas costumbres que fuimos teniendo. Como la de
mi mujer, que me traía cajas de Garotos para las enfermeras que me cuidaban.
Una suerte de soborno. Caí en la cuenta de esto la vez que una de las
enfermeras con la que habíamos pegado onda me trajo de contrabando dos helados
de agua. No sé de dónde lo sacó ni lo sabré jamás. Esos pecados no se
confiesan.
Onda que ahora ya tenía puesto un
puerto USB. Me mandan una aguja, sencillita, un pinchacito y listo el asunto. Una
boludez. A parte re practico. Me lo pusieron en un quirófano y tuve que pasar
por lo mismo que antes. Pero esta vez me dejaron conservar los calzoncillos. Se
ve que antes tuve que pagar derecho de piso. O quizás, como ya me conocían el
culo…
Ahora medio que me hincha los huevos
un toque, porque todavía no me lo sacaron para cuando estoy escribiendo esto, cada 3o días le tengo que hacer un service y
arruina mi silueta esbelta y torneada.
Nah. No les voy a mentir.
En el fondo, es que me hace acordar
a Changuito…
Nunca olvidaré nuestras charlas a deshoras, hermano,
CAPÍTULO 4: ¡Por lo menos ya no tenías pelo jajajsjdafafaefeaff!
Cuando notas que se te cayó TODO el pelo, hasta las cejas... |
...pero eras pelado de antes... |
Todo esto para decir que no tenía la
necesidad de bañarme todos los días. Listo. Lo dije.
Y la otra baja de guerra fue una en
particular que nunca noté. Sino que me la hicieron notar. El culo me había
abandonado. Para ser franco, no es que en ese estado actual (de ese momento me
refiero, me estoy haciendo quilombo con las referencias) haya sido
especialmente sensual a la vista. Pero cuando mi mujer me dijo — Che, se te fue
el orto —medio que se me hizo una arruga ahí en el ánimo. Pero ¡Ey! Recuperé
banda de pantalones. Tenía archivados unos cuantos pantalones cargo que dejé de
usar en el 2010 más o menos y ahora me los pongo para jugar a que soy un
viajero en el tiempo que vengo del pasado. Los guardo para estar a la moda en
algunos años.
...y te ahorraste miles en la tira de cola. |
a poquito y al principio parecía que me delineaba los ojos. Igual que las cejas.
Y me volvió el ojete.
Recordaré su ausencia cuando llegue
el día de volver a ponerme el batín, si es que tiene que llegar, pero enarbolando
los glúteos desnudos con orgullo.
EPILOGO. Eternas conclusiones de una mente sin linfomas.
Quisiera decir que toda esta
experiencia me volvió un ser de luz y ahora voy a dedicar mi vida a dar charlas
TED en el encuentro intercontinental bimestral del sindicato del sarasa. La
verdad que no. Porque yo no la pasé tan mal de a de veras. O sea. Tuve días en
los que hubiera preferido, no sé, pedir el plato especial del menú de Yiya
Murano. Claro que sí. Pero en el fondo yo siempre estuve muy cuidado y
protegido. No tuve mi paso por el oscuro túnel boulevar Victor Sueiro ni una
vivencia trascendental capaz de sorprender al mismísimo Juan Carlos, vigilante
nocturno que conocía al reptiliano Cerati. Pero tuve la compañía de
mucha gente. De mi mujer, mis hijas, hermanos padres suegros cuñados amigos
compañeros colegas y otras personas que el tiempo parecía haberlas olvidado y
sin embargo dieron el presente cuando la cosa estaba más que turbia. Me quedo
con eso.
Ahora dedico mis horas a estar
presente en el momento. Que es básicamente no andar en piloto automático.
Ordenando un poco las prioridades, no preocupándome por boludeces y tratando de
vivir la vida que me gusta vivir. No vengo a ponerme serio acá ni dar clases a
nadie. Pero si llegaste hasta acá, sabé que pasé esos días pensando en escribir esta
entrada del blog para que te arranque alguna sonrisa. Y ese propósito me ayudó
a pasar alguna que otra mierda en el camino. Así qué a vos, que lees esto cada
tanto, también te digo gracias.
Disculpen este lapsus sentimentaloide. No vuelve a pasar. No vengo acá a filosofar ni encontrar las verdades universales de la vida. Ya lo hago en la intimidad de mi baño, desde que volví a cagar con naturalidad.
Querido hijo, amé y amo tu actitud y como tomaste las cosas. SOS un ejemplo para mí.Hubiera dado mi vida porque no tuvieras que atravesar esos momentos pero Dios sabe porque pasan ciertas cosas a veces. Al mismo Dios y a la Virgen quebranto le recé por tu sanación y le sigo rezando para que nunca más tengas que pasar ni vos ni nadie algo similar. Te amo con el alma y estoy feliz de tu recuperación y te felicito por este escrito.Que todos sepan que SOS un león !!! Grande Saina !!!!
ResponderEliminarEs curioso papi.Normalmente se espera que digan, " tu hijo es igual a Vos"; en éste caso, mi satisfacción, sería que dijesen, " tenés la valentía, la entereza y el humor curativo de tu hijo ".Todo éste tiempo en que me necesitaron fuerte y positivo, me lo hizo fácil tu ejemplo y no me permití el bajón, porque me enseñaste que tener fé, es tener confianza. Todas esas personas; familia, amigos, compañeros o sólo conocidos que nos regalaron un rezo, una intención o sólo un buen deseo, fueron una gran marea espiritual de buenas ondas que sin duda aportó para que la solución médica tuviera éxito. Capitalizá ésto. Hoy tenés más familia y más amigos que antes ; no tanto en número, pero seguro en afecto. La vida que me quede por delante, no me va a alcanzar para estar agradecido con Dios, con todos ellos y sobre todo con Vos. te amo. Papá
ResponderEliminarSin palabras ����, todas están ahí escritas por vos con el corazón.
ResponderEliminarDios te siga cuidando y a nosotros seguir disfrutando de tus anécdotas. ��
Grande Saina!
ResponderEliminarJajajaja sos un capo Milo queridoooo... Simplemente gracias por compartir tus vivencias y hacernos parte. Reír a carcajadas y emocionarme en la misma oportunidad de leerte. Gracias!
ResponderEliminarMuy bueno Milo una experiencia extrema contada con humor !
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