miércoles, 22 de diciembre de 2021

Crónicas Linfáticas Parte2





 

(Si llegaron acá y no leyeron antes la primera parte, se las dejó en el siguiente link  https://lavidasegunsaina.blogspot.com/2021/12/cronicas-linfaticas-parte1.html)

Capitulo 3: Exilio intermitente.

El tratamiento es muy fácil de explicar. Solo quimioterapia. Sin cirugía. Pero en tandas. Cinco días de internado, enchufado a la falopa, y quince en casa recuperando. Toda esa ronda se repita un total de seis veces. Listo. Pero previo al comienzo, me debían otro estudio más. Uno que se llama PET. Y es algo así a lo que quiere ser una tomografía cuando sea grande. Porque el método es parecido pero con algunos pasos más. Antes que nada tenés que ir con algunas horas de ayuno. Y cuando te presentas en el mostrador te dan otra vez ese block de hojas para que firmes y también una jarra loca de un liquido con toda la apariencia a meo, horrible como Gatorade de manzana tibio, con seis kilos de azúcar, y te lo tenés que tomar en media hora. “¡Que comience el juego!” diría Jigsaw.

Mientras espero a que me reciban veo a un grupo de mujeres que empujan un chango de elementos de limpieza. Al toque se oye un barullo y un par de enfermeros salen corriendo por los pasillos al grito de

—El viejito se cagó.

Estas escenas son bastante frecuentes en un hospital, así que no me extrañó mucho que pase algo así. Pero acuérdense de esto.

De inmediato te envían a un bunker. Sip. Un bunker. Medio raro todo. No me imaginaba para qué carajos era esa puerta enorme y gruesa. En eso se acerca la enfermera y me pincha la mano para ponerme una vía. Por donde van a meterme un revelador. Otro más. A esta altura yo ya era una bengala con piernas.

—Perdoná el retraso, estábamos esperando a que se desocupe un cuartito.

De pronto me doy cuenta que hay un olor re fuerte a desinfectante… y que en el suelo todavía no se seca el rastro de un trapo húmedo. Así que me vine a parar al cuartito que el viejo usó de baño químico.

La vía del brazo termina enchufada por el otro extremo a un bidón metálico blindado. La enfermera me recuerda que me tengo que tomar todo ese liquido feo y me muestra un intercomunicador en la pared por si necesito algo. Y que, ante cualquier cosa, haga señas a una camarita en el techo. Para no quedarme con la duda, le preguntó por qué el cuartito tenía pinta de bunker, por qué el tachito metálico y, ya que estaba, para qué ese delantal re grueso y pesado con el que se había aparecido.

—Es que el revelador es radioactivo y hay que llevar protección.

Y se fue nomas.

Me quedé tomando el Gatorade tibio, en un sillón bastante cómodo, mientras me mandaban ese coso radioactivo. Se me ocurrió en un momento acercarme al intercomunicador y preguntarle “¿Y qué tengo yo? ¿Venas de plomo, la puta que te parió?”. Pero la verdad que lo pensé un poco y medio que no tenía sentido preocuparse. ¿Qué me iba a hacer el radiactivo este? ¿Darme cáncer?

Algunas semanas más tarde, con todos los resultados de los estudios, varias extracciones de sangre y tras varias citas con la doctora que atendió mi caso comienza lo hardcore.

Ingreso al hospital por la parte de internaciones. No me tocaban compañeritos de cuarto así que la tele era para mi solito. Mi primera semana en el hospital se convirtió en una montaña rusa de sensaciones muy propias de nene en un parque de diversiones.

Salvo, quizás, por el caño que me mandaron en el cuello y me dejaron cocido para que no se me vaya por 5 días. Recuerdo bien que mientras me mandaban el caño por la yugular hasta casi el corazón, yo estaba con las manos atenazando el colchón de la camilla, el culo apretado por la impresión y veía de refilón las manos del enfermero manchadas de sangre cuando entonces entra un muchacho, ahí, re pancho por su casa, con el carrito de la comida y me pregunta si voy a comer;

—Hay pescado con mil hojas de papas.

Yo creo que esa escena de mi vida, al menos ese pedacito, me lo guionó Tarantino.

De tanto en tanto me inyectaban algo que me daba sueño y palmaba un buen rato en horarios re chotos. Y los corticoides en pastillas eran tan pero tan amargos que cuando me los tomaba hasta se le arrugaba el orto al paciente de la habitación de al lado.

Cuando lo pienso un poco, más que nene en parque de diversiones era nene en la casita del terror del Italpark.

Pero, ojo acá, en la tele alguien había dejado iniciado Netflix. Golazo de media cancha. La mala era que por cuestiones de covid había un extractor andando tan fuerte que no escuchabas ni lo que pensabas, menos la tele. Gol anulado. Pero tenía wifi. Y auriculares. Victoria por puntos. Y al final, con cincuenta canales a disposición, terminé viendo Animal Planet 24/7. Es increíble que una experiencia personal te hace empatizar con un grupo de hienas despedazando un Bambi.

Tras algunas horas de experimentar lo que sería mi nueva vida en esta sala, me agarré lo que voy a definir como “síndrome de celular cargando batería”. ¿Vieron lo incómodo que es tener que usar el celu mientras lo tenés enchufado a la pared? Bueno. Eso mismo: me tocaba ser el celular. Mi radio de acción era de tres metros, enchufado al que sería, con el correr del tiempo, mi buen amigo Changuito.

Changuito, Chango a veces, La Concha De Tu Hermana otras veces, era la máquina automática que me suministraba la falopa. Hacía ruidos sin ritmo ni constancia, sonaba una alarma cuando algo andaba mal y llamaba a la enfermera cuando se vaciaba. Muy piola Changuito. El tema es que, como toda convivencia, más de una vez estuvimos a punto de cagarnos a palos. Yo alguna que otra vez lo patee y él me quiso ahorcar con las vías alguna que otra noche mientras dormía. Diría que la nuestra fue una amistad tóxica. (Estoy a full).

El tema es que Changuito me mandaba varias cosas que me arreglaban por un lado pero me cagaban por el otro. Y hago mal en decir que me cagaba por el otro porque en realidad yo no cagaba por ningún lado. Había algo entre tanta cosa que me mandaban que me secaba como escupida de momia. Así que ese placer de evacuar y saberse uno renovado por dentro se me fue restringido. Una vuelta, de hecho, cuando todavía me negaba a que estuviera sequito de vientre, me pasé más de 40 minutos sentado sin hacer nada de nada. La enfermera venía cada tanto a la habitación para ver si seguía vivo, pero en una ocasión entró lo más campante al baño, para avisarme que me dejaba unas pastillas en la mesita. Ahí entendí, desnudo y sentado en el inodoro, que las viejas costumbres no se atañen a las enfermeras. Hubiera pagado cien mil pesos por un tope de puerta, pero tuve que contentarme con dejar la pata apretando la puerta desde aquel día mientras pugnaba por liberar lastre por popa.

Más tarde aprendería a aprovechar los tiempos y a garcar ni bien entre a cada internación. Casi casi como un rito de iniciación: saludaba a todos, me dejaba ensartar el cogote y antes de que la falopa empiece a rendir cuentas, pasar por el baño y dejar la vida y el alma en el reluciente inodoro recién desinfectado.

Casi todas las internaciones las pasé acompañado la mayor parte del tiempo. Eran días de covid y solo permitían un acompañante, sin visitas. Pero varias horas al día tenía la oportunidad de poder charlar con alguien. Salvo en la cuarta internación. Aquella vez fue en otra sala, en otro piso. En el piso de Trasplante los protocolos eran por mucho más exigentes y ahí no podía pasar nadie. Ni acompañante. Quienes querían verme, me podían llamar por el tuno en la pared y verme por la ventana. “¿A quién maté que me pusieron acá?”. Recuerdo que durante esa semana miré mucho "Guerra de Containers", ese programa que unos yankees abren containers incautados en el puerto y se fijan que hay dentro. Supongo que en esta internación tan de claustro estaba empatizando no con las presas de una manada de hienas sino con las cajas llenas de polvo encerradas en un container olvidado.

Temaiken
La experiencia resultó interesante los primeros segundos. Hasta que me enchufaron y me mandaron, además, unos corticoides que me ponían al taco. Me hacían transpirar. Y no sé por qué razón, si es que había otra cosa más o si fueran dosis más fuertes, pero empecé a tener ansiedad. Esto sucedió en la cuarta internación, cuando ya estaba bastante acostumbrado al aislamiento. Es verdad 
que ahora estaba solo y ni siquiera podía ver por la ventana hacia el exterior. Empecé a sentirme encerrado, pero mal, eh. Es gracioso porque siempre estuve encerrado, pero yo qué sé. De pronto me acordé que si no cagaba ahora no cagaba en 5 días. Así que fui al baño, hice pasar a Chaguito, que para estas alturas ya nos hacíamos compañía toda situación por más escatológica que sea, y entonces sucadió el horror.

Por culpa de todos los cables y las vías, no podía cerrar la puerta del baño, así que me ubiqué en el trono, de frente a la puerta, abierta de par en par por necesidad. El paisaje desde mi perspectiva era la de mi pieza y más allá la ventana abierta de la habitación, viendo a todos los transeúntes pasar por el pasillo. Básicamente si alguien se volteaba a un costado, de distraído nomás, iba a ver a un pobre tipo, tratando de cagar con la puerta abierta. No desnudo. Peor; en batín.

Recé a Dios y todos los santos para que no aparezca ninguna enfermera en la habitación y traté de moverme lo menos posible para que desde el otro lado de la ventana no le llamara la atención a nadie. ¿Tuve éxito? Digamos que fifty fifty. Porque sí se apareció una enfermera pero en este piso, por cuestiones sanitarias, cada vez que entraba una, se tenía que lavar las manos en una bacha y eso me dio tiempo para cerrarme el ridículo batín antes de volver a pasar más vergüenza. Sin embargo hay que aclarar algo: esta habitación, además de tener mas restricción de visitas, contaba con una bacha para higienizarse y unos cuantos armarios. Cada vez que alguien entraba, se tenía que lavar bien las manos. ¡A la hora que sea! El chorro de agua chocando contra la chapa de inoxidable a las 3 de la mañana es peor que la alarma para ir a laburar.

Como se dijo, eran 5 días adentro y 15 afuera. Los días que cumplía prisión domiciliaria pasaron sin muchas novedades. Para señalar por señalar nomás, puedo mencionar que los efectos de la quimio te trastornan los sabores, porque uno medio que elimina todo eso por las glándulas salivales o las papilas gustativas o algo así y todo tiene gusto a mierda y a cartón. Eso, ay, fue terrible. Podías estar comiendo asado pero te daba la impresión que masticabas el tapizado de la silla. Y aunque podía comer muchas cosas, no tenía permitido verduras ni frutas crudas, o fiambres. ¡Mi reino por una picada! Bueno, está bien, una manzana, por lo menos... De todos modos no tenía mucho sentido, porque se me hacía agua la boca por un sanbuchito de crudo y queso pero si lo comía seguro que le encontraba un sabor horrible. Salvo por eso, no hubo gran cosa. Algunos dolores hacia el final del tratamiento, pero nada grave. ¡AH! ¡Cómo olvidar los heladitos de agua de Grido! Era lo único a lo que le encontraba sabor. Habrá quien diga que son puro agua con químicos y conservantes. Y tendrá razón. Pero a esas alturas ya me mandaban toda la tabla periódica por las venas así que los helados de Grido eran tan naturales para mí como jugo recién exprimido de las naranjas de mi huerto.

No. No tengo naranjas en mi huerto. Y no tengo huerto.

Pero la libertad inconsciente de manejarse a diario por mi casa, de subir y bajar escaleras sin cables ni vías, era impagable. Por lo menos al principio. Porque después me convertí en el señor Burns y la escalera de mi casa era el Everest. 

Es que, a veces, mi aislamiento dentro del aislamiento de todo el mundo era un poco carcelario. Pienso en esto, ya a lo lejos, y en la similitud de algunas costumbres que fuimos teniendo. Como la de mi mujer, que me traía cajas de Garotos para las enfermeras que me cuidaban. Una suerte de soborno. Caí en la cuenta de esto la vez que una de las enfermeras con la que habíamos pegado onda me trajo de contrabando dos helados de agua. No sé de dónde lo sacó ni lo sabré jamás. Esos pecados no se confiesan.


     La falopa se fue poniendo más intensa con cada internación pero se había agilizado el tema de mandarme caña por el cuello. A partir de la tercera internación me colocaron un catéter, que es como una mochila de baño muy chiquita injertada bajo la piel del pecho pero que te evita que venga Vlad el Empalador cada vuelta.

Onda que ahora ya tenía puesto un puerto USB. Me mandan una aguja, sencillita, un pinchacito y listo el asunto. Una boludez. A parte re practico. Me lo pusieron en un quirófano y tuve que pasar por lo mismo que antes. Pero esta vez me dejaron conservar los calzoncillos. Se ve que antes tuve que pagar derecho de piso. O quizás, como ya me conocían el culo…

Ahora medio que me hincha los huevos un toque, porque todavía no me lo sacaron para cuando estoy escribiendo esto, cada 3o días le tengo que hacer un service y arruina mi silueta esbelta y torneada.

Nah. No les voy a mentir.

En el fondo, es que me hace acordar a Changuito…  

 

Nunca olvidaré nuestras charlas a deshoras, hermano,


CAPÍTULO 4: ¡Por lo menos ya no tenías pelo jajajsjdafafaefeaff!

Cuando notas que se te cayó
TODO el pelo, hasta las cejas...
El lado B del tratamiento es, en verdad, el lado que ven todos. Y es que te caga un poco a palos tanto químico ingerido día tras día. Más allá de que convertía mis heces en canto rodado, la otra consecuencia significativa resultó en que se fue cayendo el pelo. Hay que hacer una aclaración. Mi bocha ya estaba full lampiña. Pero porque solía mandarme un giletazo semanal y me quedaba lisa como cáscara de huevo. Si no lo hacía a menudo empezaba a ganarme la textura de un durazno, luego la de un kiwi y al final la de un coco: el pelo me seguía creciendo. Salvo, claro, atrás. Donde está emplazado el helipuerto. Pero pelo todavía tengo. Soy calviño por elección estética. Sin prestarle atención, un día X del tratamiento dejé de sentir que necesitaba afeitarme la bocha. Y para la segunda internación, empezaban a aparecer mechones de barba sueltos, agarrados del barbijo... Hice lo que pude para mantenerlos en su lugar, dejé de pasarme la afeitadora, evitar roces y eso. Pero todo fue inútil.


...pero eras pelado de antes...
Ay, que dolor aquel. Yo tengo barba desde hace muchos años ya. No muy larga, porque me jode. Pero no me afeitaba tipo baby face por lo menos desde el 2017. Año en que me disfracé de Krilin en para una fiesta y eso fue una vez. Y ahora no había ninguna fiesta. Horrible. Peeeeeeero también se me cayó el pelo de todo el cuerpo. Las cejas y las pestañas se me cayeron y sí, me había convertido en el doble oncológico de Bruce Willis para Duro de Matar 5. Ya cuando McKlein está reventado por la edad y en alguna escena en que lo hayan cagando bien a trompadas. Pero sin bello corporal estaba bastante más cómodo, tengo que confesar. Más “aerodinámico”. Sumado a que era invierno y la quimio hacía que no transpirara naturalmente, era una tranquilidad.

Todo esto para decir que no tenía la necesidad de bañarme todos los días. Listo. Lo dije.

Y la otra baja de guerra fue una en particular que nunca noté. Sino que me la hicieron notar. El culo me había abandonado. Para ser franco, no es que en ese estado actual (de ese momento me refiero, me estoy haciendo quilombo con las referencias) haya sido especialmente sensual a la vista. Pero cuando mi mujer me dijo — Che, se te fue el orto —medio que se me hizo una arruga ahí en el ánimo. Pero ¡Ey! Recuperé banda de pantalones. Tenía archivados unos cuantos pantalones cargo que dejé de usar en el 2010 más o menos y ahora me los pongo para jugar a que soy un viajero en el tiempo que vengo del pasado. Los guardo para estar a la moda en algunos años.

...y te ahorraste miles en la tira de cola.
Lo cierto es que había bajado mucho de peso. En los últimos meses lo de los sabores empeoró, la falopa ya era muy fuerte y me causaba llagas en la garganta que no me dejaban comer. Así que viví un tiempo a caldo y Ensure. Llegué a 74 kilos. ¡EN TU CARA NUTRICIONISTA! ¡MIRA DE QUIEN TE BURLASTE! Pero ya recuperé bastante peso, hago ejercicio, mucha bici, mucha área deportiva de la plaza y volví con la gallega forra esta que grita ¡yo puedo con todo todo toooodo todo! El pelo me volvió aunque se tomó su tiempo el muy guacho. Las pestañas me fueron apareciendo muy de



a poquito y al principio parecía que me delineaba los ojos. Igual que las cejas.

Y me volvió el ojete.

Recordaré su ausencia cuando llegue el día de volver a ponerme el batín, si es que tiene que llegar, pero enarbolando los glúteos desnudos con orgullo.

 

 

 

EPILOGO. Eternas conclusiones de una mente sin linfomas.

Quisiera decir que toda esta experiencia me volvió un ser de luz y ahora voy a dedicar mi vida a dar charlas TED en el encuentro intercontinental bimestral del sindicato del sarasa. La verdad que no. Porque yo no la pasé tan mal de a de veras. O sea. Tuve días en los que hubiera preferido, no sé, pedir el plato especial del menú de Yiya Murano. Claro que sí. Pero en el fondo yo siempre estuve muy cuidado y protegido. No tuve mi paso por el oscuro túnel boulevar Victor Sueiro ni una vivencia trascendental capaz de sorprender al mismísimo Juan Carlos, vigilante nocturno que conocía al reptiliano Cerati. Pero tuve la compañía de mucha gente. De mi mujer, mis hijas, hermanos padres suegros cuñados amigos compañeros colegas y otras personas que el tiempo parecía haberlas olvidado y sin embargo dieron el presente cuando la cosa estaba más que turbia. Me quedo con eso.

Ahora dedico mis horas a estar presente en el momento. Que es básicamente no andar en piloto automático. Ordenando un poco las prioridades, no preocupándome por boludeces y tratando de vivir la vida que me gusta vivir. No vengo a ponerme serio acá ni dar clases a nadie. Pero si llegaste hasta acá, sabé que pasé esos días pensando en escribir esta entrada del blog para que te arranque alguna sonrisa. Y ese propósito me ayudó a pasar alguna que otra mierda en el camino. Así qué a vos, que lees esto cada tanto, también te digo gracias.

Disculpen este lapsus sentimentaloide. No vuelve a pasar. No vengo acá a filosofar ni encontrar las verdades universales de la vida. Ya lo hago en la intimidad de mi baño, desde que volví a cagar con naturalidad.

6 comentarios:

  1. Querido hijo, amé y amo tu actitud y como tomaste las cosas. SOS un ejemplo para mí.Hubiera dado mi vida porque no tuvieras que atravesar esos momentos pero Dios sabe porque pasan ciertas cosas a veces. Al mismo Dios y a la Virgen quebranto le recé por tu sanación y le sigo rezando para que nunca más tengas que pasar ni vos ni nadie algo similar. Te amo con el alma y estoy feliz de tu recuperación y te felicito por este escrito.Que todos sepan que SOS un león !!! Grande Saina !!!!

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  2. Es curioso papi.Normalmente se espera que digan, " tu hijo es igual a Vos"; en éste caso, mi satisfacción, sería que dijesen, " tenés la valentía, la entereza y el humor curativo de tu hijo ".Todo éste tiempo en que me necesitaron fuerte y positivo, me lo hizo fácil tu ejemplo y no me permití el bajón, porque me enseñaste que tener fé, es tener confianza. Todas esas personas; familia, amigos, compañeros o sólo conocidos que nos regalaron un rezo, una intención o sólo un buen deseo, fueron una gran marea espiritual de buenas ondas que sin duda aportó para que la solución médica tuviera éxito. Capitalizá ésto. Hoy tenés más familia y más amigos que antes ; no tanto en número, pero seguro en afecto. La vida que me quede por delante, no me va a alcanzar para estar agradecido con Dios, con todos ellos y sobre todo con Vos. te amo. Papá

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  3. Sin palabras ����, todas están ahí escritas por vos con el corazón.
    Dios te siga cuidando y a nosotros seguir disfrutando de tus anécdotas. ��

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  4. Jajajaja sos un capo Milo queridoooo... Simplemente gracias por compartir tus vivencias y hacernos parte. Reír a carcajadas y emocionarme en la misma oportunidad de leerte. Gracias!

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  5. Muy bueno Milo una experiencia extrema contada con humor !

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