sábado, 14 de mayo de 2016

El día que los cumpleaños dejaron de ser divertidos.



«¿Y de qué carajo laburan estos?»

No pude evitar pensar cuando vi que no era el único papá que estaba esperando a su hija en la puerta de jardín.

Habían pasado días muy agitados desde la llegada de Pi. Todo había salido bien, por suerte. Y ahora me encontraba yo de licencia, en plena readaptación paternal. Sucede que desde hace unos días, en la casa reina una trinidad compuesta en su totalidad por mujeres. Puedo ver un horizonte, no muy lejos, donde se gestan tormentas de dimensiones apocalípticas, que susurran al viento FUUUU FIUUUUU cumpleaños de quince FUUUU FIUUUU períodos sincronizados FUUUU FIUUUUU papá venime a buscar a las 6 de la mañana FUUU FIUUUU. Pero bueno, por el momento, la cosa viene más sencilla.

Como no estoy yendo al trabajo, una de mis primeras actividades es la de despertar a la gorda para llevarla al jardín. Como me despierto usualmente hora, hora y media más temprano, despertar a la gorda no es tan pesado. Terminado el asunto del cambiado, desayuno y de castigar a mi hija con terribles peinados con colitas mal hechas, nos vamos para el jardín.

Bueno. La siguiente es una imagen muy extraña, Aunque llegue con varios minutos de antemano, siempre, pero siempre hay gente reunida delante de la puerta. Es una cosa de locos. Y no tienen apariencia de haber llegado recién, No están agitados de cargar a su hijo o hija con una mano y la mochila en la otra. Ni parecen haber olvidado algo y corriendo tuvieron que volver a buscarlo. Es como si llegaran a propósito al jardín sólo para hacer eso que se llamará "hacer puerta". Que viene a ser como un programa de chimentos en el que todxs son panelistas al intemperie.

Yo en la puerta del jardín esperando a mi hija.
La situación es un poco más radical todavía en el horario de la salida. Porque ahí, todos esperamos, paraditos bien cerca uno de otro a que salga nuestra hija/hijo. Los que hacen puerta están en su salsa, porque son muchas panelistas más. Se habla de todo. Desde la notita en el cuadernito, hasta el precio de los tomates. Pasando por la otitis del hermanito y por el pago de los holds out.

Y yo me quedo ahí. Paradito. Sin moverme. Con cara de "Por favor. No me miren. No conozco a nadie." Pero la gente en estos casos, como los perros, huelen el pánico. Siempre alguien, se me acerca, furtivamente y me apuñala con un saludo.    


- ¡Hola! ¿Cómo anda tu mujer?
- ¡Hola! Bien por suerte.
- ¿Y la beba?
- Bien también. Tomando la teta.
- Jeje. ¡Qué gorda hermosa que es! Vi la foto en el grupo.
- Si. Jeje.
- Bueno, decile a tu mujer que le mando un beso. Muac. Chau.
- Chau. Hasta luego.

Y ni puta idea de quien carajo era.
Yo en la puerta del jardín esperando a mi hija cuando vamos con mi mujer.

Pero ninguna salidita de jardín te prepara para ese día. Tan nefasto. El día en que mi nena sale con una tarjetita de colores brillantes en la mano. Mi hija recibe una invitación. 
Tiene un cumpleaños.
Y tengo que ir yo a acompañarla.

Cómo tenía que ser así y no de otro modo, llegamos tarde. Alguno dirá que fue mejor. Que fue media hora menos. Pero la verdad que fue lo peor que pudo pasar, porque todos me vieron entrar. Uno, que se quiere hacer el boludo y de repente ZAS, destacás como frenada en boxer blanco. 
Todos me vieron quedarme parado un rato sin saber que carajo hacer. Si iba al pelotero, si le sacaba la campera a la nena, si la acompañaba a la mesita de chicos... Porque el grupo ya estaba formado. Los panelistas estaban preparados, dispuestos y organizados hace rato, entablando hace media hora el orden del día.

Que me viene a hablar de grieta ni que grieta. 
No hay grieta más insondable que la que me separó en ese salón de fiestas.

Se me ocurrió una idea brillante.
-Anda al pelotero, papi - le digo a mi hija.
Le saqué las botas, rogando que el cierre se le haga mierda y tuviera que pasarme una hora tratando de descalzarla pero el muy maldito se deslizó como recién lubricado. Entonces, mi hija, traidora, me abandonó.
Las madres no se voltearon para verme ahí, parado como un imbécil, Pero yo allí estaba. Parado como un imbécil.
Me puse a vigilar a mi hija a través de la red. La pendeja se me perdió de vista a los treinta segundo entre toboganes y enanos extasiados por pelotitas plásticas de colores. Pero me quedé algunos minutos más. Fingiendo que la veía. Sin mirar a la mesa de las mamis. Pero utilizando mi visión periférica me di cuenta que mi más profundo terror se volvía cierto: en la larga mesa de padres, no había un sólo papá.

Para quien no haya tenido la experiencia de ser testigo de lo que sucede en un pelotero de niños, es más o menos como zona liberada. Los pendejos ahí dentro gozan de una zona franca donde portarse como el culo a rienda suelta. Porque el pibe sabe muy bien que los padres, al menos la mayoría, no pasamos por los obstáculos que los pibes sortean sin gran dificultad. Es la más terrible anarquía, como un ventanazo a la película El Señor de las Moscas. Es su oportunidad de portarse mal, su pequeña utopía, su momento en la Tierra de Nunca Jamás. Pero con redes, para que puedas verlo, impotente. Además las redes están hechizadas. Tus retos, tus amenazas y tus regaños no tienen el más puto efecto desde el otro lado. Sos como el perro que ladra del otro lado de la reja. Vos no tenés ningún poder en un pelotero. 

De pronto, me saludan de imprevisto, sin vaselina,
- ¡Hola! ¿Cómo estás?
- Ah, Hola. ¿Qué tal?
- Mirá; te podés acomodar por allá o si querés te podes sentar en esta mesa, acá, con mi familia.

En esa singular frase se desvelaron tres revelaciones. El primero era que se trataba de la mamá de la cumpleaños; mujer que unos minutos atrás le pasé por al lado sin saludar, y que seguramente quedé como el orto. El segundo es que aunque quería pasar desapercibido haciendo que miraba a mi hija, flotaba sobre mi cabeza un cartel de neón que decía HOLA SOY EL BOLUDO QUE LLEGUÉ RECIEN. Y tercero: que dándome a elegir entre sentarme con las mamás o con la familia de la cumpleañera era como dejarte decidir, al menos, con que calibre querés que te disparen en la bolas.

Elegí sentarme con las mamás.

Cómo no pude ser de otra manera. El único asiento libre ¿dónde podía estar? Exacto. Del otro lado. Porque se da una no muy reconocida ley que enuncia que en una tertulia de este género, la distancia y la accesibilidad al asiento libre más cercano es inversamente proporcional al grado de comodidad que sienta el sujeto de estar participando en ella. Así que saludando, con mi mejor cara de gozo, tuve que pasarle el ojete por la cara a una docena de mamis que muy tendidamente se agruparon en torno a un platito de pastafrola.
El platito de pastafrola me quedó eclipsado por el centro de mesa. Un centro de mesa en un pelotero. El grado de desubicación merece un capitulo aparte. Pero el muy hijo de puta se me obstaculizó toda la puta fiesta. Aparte se da una practica extraña. Nadie come en la fiestita. 

Claro. No es que nadie come. Ninguna MUJER come. Porque serán madres pero como toda mujer cargan con el miedo de ser prejuzgadas por ser la primera en manotear la tortita delante de posibles malpensadas. Así que la pastafrola quedó ahí, intacta, hasta el fin de fiesta.


Miré el reloj. Faltaba una hora. Sólo habían pasado cuarenta minutos desde mi llegada. En ese momento hubiera dado mi vida por un par de auriculares. Aunque en mi playlist solo tuviera el top five de Arjona.


Pasé quien sabe cuanto tiempo mirando el pelotero. No a mi hija. Mi hija cada tanto aparecía en mi rango de visión. Pero a esta altura, cualquier cosa que pasaba en el pelotero tenía más rating en mi atención que el ultimo episodio de la temporada de Game of Thrones. No pasa que, con el estómago retorcido del hambre, y venciendo esa férrea resistencia a pedir ayuda, estiro finalmente mi mano, sorteo el puto centro de mesa (Que era un florero plástico. Con flores plásticas. En un pelotero) y atrapo el pedazo más cercano de pastafrola.

Me toco el borde,
Y de batata,

- Te llama tu nena.

Me volteo. Todavía medio tumbado sobre la mesa, con la panza casi apoyada. Mi nena está llorando por no sé que carajo. Cuarenta minutos de mirar fijo el pelotero, arriesgándome a perder la vista en esa turbulenta y psicodélica combinación de colores bien convulsionantes para ser traicionado por un borde de pastafrola; en menos de tres segundos.

Media hora antes de la hora cero, sucede lo impensado. La mama frente a mí, se pone a amamantar.

Debería estar expreso en un protocolo lo qué carajo hay que hacer cuando alguien se pone a dar la teta en tu presencia. Porque como no sabés que hacer, ni qué decir, empezás a observar boludeces, la guirnalda que cuelga de la pared, la piñata, el piso, es igual que ver una escena de desnudo de una película cuando la ves con tu mujer.  Recurrís al celular temiendo a que algún hijo de puta mande en el grupo de whatsapp una foto de una mina en bolas. Nadie sabe como comportarse. Hay especialistas, miles de artículos, cientos de revistas de Ser Padres Hoy ¡y en ningún lado está explicado como zafar de una situación así! 

Alguien debería poner un poco de orden en este tema.

La llamada a la piñata es como la campana de fin de clases. Se dan los llantos de quien agarraron poco y el egoísmo de quienes no quieren compartir el botín. Se parte la torta. Y para mi sorpresa, las mamis comienzan a exiliarse rápidamente, Saludan y se rajan como si el último tuviera que limpiar. Yo tardo. Porque el cierre de la botita de mi hija, ahora sí se traba el muy hijo de puta. Saludo, de modo muy agradable a las pocas mamis que quedan y volvemos a casa.
El horario de regreso es re choto. Porque la cena ya pasó, y yo, que supuestamente vengo de un cumple sólo pude rescatar el borde una pastafrola de batata.

Voy a la heladera para ver que encuentro. Pero no llego a abrir la puerta.
Entre todo el terrible quilombo de boludeces que mi mujer pega en la heladera destaca un aviso aterrador. Es el equivalente infantil del video negro de La Señal. Una tarjeta, macabra, con motivos de Frozen.

La semana que viene mi hija tiene otra fiestita.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario