miércoles, 30 de agosto de 2017

Parque Recreativo Puertas Adentro





¿Por qué no vendés la play 3 y te comprás la play 4? , sugiere mi mujer.


Claro, le respondo, así paso de no poder jugar a la 3 a no poder jugar a la 4. Eso sí, siempre actualizado.


Mientas, mis hijas me saltan encima. Del apoyabrazos a las costillas. Acaba de pasar el día del niño, tienen miles de pesos en juguetes desparramados por el suelo pero les encanta hacer senderismo arriba de tus pelotas cuando te sentás en el sillón a ver la tele un cacho. Pero la actividad es indoor. En la calle te piden upa.


Es como una ley, como un modelo fundamental del cosmos. La demanda de atención del infante, agresiva en todas sus formas, es proporcionalmente superior a la concentración necesaria para con cualquier otro factor de tu interés. Hablando en criollo: en el justo momento en que Darth Vader va a confesar ser el padre de Luke, en algún lugar estallarán las teclas de algún xilofón que no sabías siquiera que tenían. O se pongan delante de la tele, a darle manotazos a la pantalla para que no haya ni un subtítulo que te salve. En la propaganda, porque esta ley es así, jodida, puede ser en cambio que se queden dormidas.


Les hace falta gastar energías, dicen, supongo, los que de seguro tienen de mascota un hámster. Pero no le falta algo de verdad. Un buen pase por la plaza, correteando entre los juegos y armando torres de arena, cansa a cualquiera. Por lo menos a mí me cansa sólo de verlas. Vuelven fritas. Desmayadas. Pero boludo de vos si pensás que fue buena idea. De alguna manera se trajeron medio arenero en las zapatillas. Y ahí las bañás, porque, además de que lo necesitan con urgencia, te acordás que alguien también te dijo que el baño relaja a los chicos. Yo no sé si la gente a veces es mala o pelotuda. Acá entro yo y también, eh. Ojo. Si hago memoria, yo también aconsejé obviedades y habrán querido hundirle agujas a mi muñeco vudú. El baño: sépanlo señoras y señores, las excita como un saque de falopa mientras mordés el cable pelado del velador. No hay bañadera que para la imaginación de un pibe no sea un tormentoso escenario digno de las mejores aventuras. Incluso la actividad, el bañarlas, te obliga a una postura más que apropiada para la etapa que te toca vivir. Estás arrodillado, no hay otra manera. Postrado, con la espalda doblada, cagándote las vértebras de a una a la vez.


Salpican más agua de la que había dentro, inundan el baño, te vacían los tarros de shampoo para hacer burbujas, mojan las toallas, vacían el termotanque. No tiene ni una ventaja. Pero ni una, eh. Y pasa todo esto porque vos las dejás jugar otro rato más, para que se relajen. Se relajen un carajo.


Después se vuelven a ensuciar, porque les chupa un huevo los cubiertos si cabe la posibilidad de comer guiso con la mano. Y una vez sucias, con tuco hasta en las medias, ya sí se relajan. Como si la digestión fuera en vivo y en directo; se adormilan. Entonces Sísifo se da cuenta que la piedra que llevó hasta la cima de la montaña comenzó a rodar barranca abajo y el ciclo empieza otra vez. Las bañas. Las dormís. Lavás. Juntas. Mirás el reloj y vez que tu día comenzó pasada la medianoche, cuando en verdad ya terminó. Si te quedaran fuerzas, manotearías el control remoto y reclamarías el control de la televisión al menos un rato. Pero la última vez que lo viste estaba en manos de la nena, cuando con él cagaba a palos a la cocinita. Indiana Jones no sabría dónde ponerse a buscar.


A veces me siento un afortunado, por tener un trabajo que me consume bastantes horas de vida. Me siento más afortunado todavía desde que hago extras. ¿Quién te necesita play 4?

Pero como el Halley, cada cincuenta años más o menos se dan ciertos momentos en que la esperanza se renueva. “Las nenas se quedaron en lo de mi mamá”. Si me dijeran que me gano siete palos verdes en el Quini no me pondría más contento. Hacía tanto tiempo que no tengo tiempo a solas con mi mujer... tanto tiempo sin cambiar pañales cagados, sin priorizar los llantos caprichosos de nuestras hijas por encima de nuestras necesidades más básicas, tanto tiempo sin tomarnos de la mano al caminar, tanto tiempo sin acariciarnos, ni para mirarnos a los ojos siquiera. Entonces, es en esos momentos tan poco frecuentes, pero tan valiosos, como polvo de oro, en que agarro la mano de mi mujer, con la firmeza que doblega sin forzar, con la delicadeza de una brisa de primavera que agita suavemente las hojas de los cerezos en flor, y la conduzco escaleras arriba, a nuestro viejo lecho de amor y como efímeros dueños de la tarde, nos dormimos la puta siesta de una puta vez.


Anda a buscarla al ángulo, romance. Go home.


Este sábado, para no ir más lejos, fue una excepción. Mi cuñada, veterana de mil guerras en el jardincito donde trabaja, se prestó voluntaria para sacar a pasear a las dos crías. No sé si pecó de ingenua o de extrema generosidad. Cuestión que se las llevó a las dos desde las 15hs. a pasar la tarde juntas. Las llevó a los jueguitos del shopping. Algo así. A esos juegos que te cobran 180 pesos la vuelta en calesita más el costo de la tarjeta. Se piensen que son el Banco Piano que tenés que tener su tarjeta los muy forros. Y si tenés más de tres pibes no te alcanza el aguinaldo para bancar la salida y entrás en moratoria. Bien, esos mismos. Pero lo importante no es que ellas se fueron, sino que nosotros nos quedamos.


Cómo la salida estaba programada de antemano, la idea de mi mujer era que salgamos esta vez, al mejor estilo novios. “Salgamos. Vayamos a algún lado que no podamos ir con la nenas” era la premisa. Y hete aquí el dilema, ya no somos novios. Ese tren pasó hace 6 años. Nadie guarda el boleto de un tren de hace seis años. Las nenas se fueron y nosotros sin quererlo pero sin evitarlo… empezamos a ver la remake de “Vacaciones”, empezada hace 20 minutos.

En algún momento dije, o pensé, que la paternidad es una capa de polvo sobre todas las cosas que te gusten hacer. Acéptenlo, es así. De hecho, este sábado, comprendí que es todavía peor. Es como si todo aquello que te gustara o te causara placer, alegría, o lo que te apasione quedara a un costado. Llenándose de polvo primero. Luego de tierra y hojas secas que los otoños depositaron año tras año. Y cuando te acuerdes que ahí abajo había algo, empezás a desenterrar y le das y le das. Tanto excavas que ya no sabes ni lo que estás buscando. En algún punto encontrás, si tenés suerte, un papelito escrito que diga “ESTAMOS  BIEN”, como el de los 33 mineros chilenos, pero que abajo agrega, “NOS VEMOS EN 20 AÑOS, CUANDO SE VAYAN CON UN CHONGO”. Entonces, todos lo sabemos, la victoria será agridulce.


No queda lugar para las respuestas. Tus inquietudes no estarán saldadas entre éstas líneas. Los dos lo sabíamos. Algún clon moderno de Bucay, como Claudio María Dominguez o ese filosofo raro de la radio de nombre impronunciable dirá algo así como “la clave es disfrutar de la uva como fruto, mientras es vino, y cuando sea vinagre” Algo así de ambiguo y que nos deje pensando en profundidad su buen rato. Esos tipos cobran mucho y reconocen una cara de pelotudo cuando la ven. Pero este blog es un medio para la catarsis. Me conformo con pensar que tengo que disfrutar de mis hijas aunque me consuman la vida y me roben los mejores años. Seguro que cuando empiece a acostumbrarme a sus golpes, a sus llantos, reclamos constantes, a sus críticas, ese día voy a terminar sintiéndome a gusto; y algún hijo de puta va a venir a robármelas.

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